No soy un hombre de autos, me gusta considerarme un hombre de historias. Los coches no me emocionan demasiado, vaya no soy de aquellos que conocen las especificaciones de los autos, ni tienen pósters de los prototipos de los modelos del futuro, que creo que siempre serán del futuro. Si en al calle me encuentro un Ferrari o un Porsche o alguno de esos sí me llaman la atención, por lo que representan y la verdad es que son unas piezas de tecnología muy hermosas, pero desconozco si llegan a 100 km/h en 5 o 6 segundos. Sé lo básico de mecánica, o sea, si un coche no arranca y no se soluciona con pasar corriente no tengo idea de como arreglar el problema.

He tenido tres coches en mi vida, he sido afortunado. Aprendí a manejar en un Vocho 1997, rojo con detalles en negro. La primera vez que lo saqué solo choqué con un camión de pasajeros, fue bastante peligroso. He tenido mucha fortuna en los accidentes en los que he estado y los que he evitado por azares del destino. En ese coche dije por primera vez que amaba a alguien. Recuerdo una tormenta espantosa que me agarró en Tlalpan, no sé cómo llegué a mi casa esa vez. Una tardelo abrieron, pero no se lo robaron, es más creo que no se robaron nada. Lo tuve dos años. Antes de salir de la preparatoria mis padres compraron un Peugeot 206 naranja. Ese coche fue la sensación. Peugeot acababa de regresar a México y estoy seguro que tuve uno de los primeros 100 modelos en la ciudad. Un naranja nunca antes visto, con una línea novedosa. Recuerdo que la gente se me quedaba mirando y me chuleaban mucho; un señor me dio un pulgar arriba. En el lejano 2004 los Pumas volvieron a ser campeones, así que hicimos lo que teníamos que hacer, ir al Ángel. Me llevé el coche y fue una de las cosas más divertidas que me pasaron con él. Le echaron espuma, los zangolotearon unos vagos pumas y todo fue felicidad. Desgraciadamente no salió tan bueno y duró unos pocos años.

No recuerdo muy bien porque mi padres compraron un modelo igual, sólo que de dos puertas y color azul marino. Supongo que me gustó mucho el anterior. La compra fue un proceso espantoso, salió con muchos detalles que me hicieron pensar que fue una pésima idea renovar con Peugeot. Y la verdad, en cuanto al servicio al cliente apestan. No sé ahora, hace mucho que deje de llevarlo a la agencia.

Pasaron 8 años. Y en realidad lo cambio por eso del no circula y porque supongo que ya le toca. Resultó ser un guerrero que aguantó situaciones muy pesadas. Canté mucho conduciendo, me enamoré, me rompieron el corazón. Pasé de ser estudiante a ser un hombre productivo. Me lo abrieron tres veces y las tres veces se robaron el estéreo, pero nunca las bocinas que tenía en la cajuela. Eran muy fáciles de robar, Sony Explode y toda la cosa. Nunca entendí eso. Creo que en ese coche me acompañó en los cambios más importantes en mi vida reciente. Algo así como la adolescencia tardía y la adultez temprana. Fueron muchos años.

No le tengo el cariño del primer coche, ni la melancolía del segundo. Es algo distinto. Es como si en los 105,557 km que compartimos fuera, lo que algunos llaman búsqueda interna, tratar de encontrarme a mí mismo, de saber quién demonios soy. Es como si cada lugar al que fuimos juntos se tratase de una escala necesaria en este camino que llamamos vida.

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Ayer fue un día pesado para regresar en la bicicleta a casa, mucho tránsito y muchos malos conductores. Como el del Honda que se me cerró sin ningún motivo, unos 200 metros después lo rebasé mientras lo miraba con ojos de te voy a sacar las tripas y usaré parte de tu intestino como cadena de mi bicicleta, creo que no se dio cuenta. Mi satisfacción fue dejarlo atrás y pensar que llegué a mi casa mucho antes que él a la suya.

Creo que lo estoy haciendo mejor. Me compré otro casco, tiene un foquito en la parte de atrás. Es blanco mate para que, según yo, me vean más fácilmente en la noche. Pesa mucho menos que el anterior y puede reducir el espacio que ocupa un 20%. Así que creo que ya me veo más pro al andar en bici en la ciudad.

También empecé a ir al gimnasio. Mi idea es ir en bicicleta, pero llevo tantas cosas que creo que sólo el trayecto contaría como una rutina de gimnasio. Tengo que ir con el mamado para que me ponga a hacer cosas. Agarré el peor momento para entrar al gimnasio porque es enero y parece que lo hago porque es propósito de año nuevo, pero no. En realidad no creo en los propósitos de año nuevo y no lo digo por hacerme el interesante. Técnicamente todos los días son año nuevo, depende del punto de referencia, como todo en este universo (eso sí lo dije para hacerme el interesante). Me compré unos de esos pants pegados que usan los que parecen que son corredores expertos y una playera para correr y ya parezco corredor experto. Afortunadamente no son tan pegados así que quedo en esa línea entre lo ridículo y lo normal.

Sé que es una tontería, pero entre el casco que pesa menos y la ropa deportiva más especial siento que lo hago mejor. También están los niños que ganaron un torneo de basketball sin zapatos, así que es pura idea mía.

Me duelen los brazos.

Octavo intento de ser constante en esto del blog. Me da vergüenza decir que escribiré aquí más seguido, pero como dije es un intento y los intentos dejan de ser tan agotadores cuando se deja de intentar hacer y se hace, o algo así leí en algún lado.

Estaba escribiendo otra cosa que no era esto cuando llegué a una idea que me pareció interesante. Uno de mis temores más grandes es convertirme en un señor frustrado, llegar a un momento en mi vida en el que me rinda y deje de intentar hacer las cosas que tanto me gustan: aprender, ver películas, leer, escribir, viajar, escuchar música, andar en la bicicleta, jugar y básicamente todo eso que me hace sentir mucho más joven de lo que en realidad soy. Temo que un buen día deje de hacer todo eso y deje de creer en las cosas que creo ahora.

Entonces me frustraría y se me ocurrió que las frustraciones son como recuerdos de las cosas que no pasaron, son como recuerdos de cosas no vividas, pero que son casi reales, casi tanto como si fueran parte de nosotros. Una especie de no-recuerdos. Rechazos, oportunidades perdidas, malas decisiones y cualquier acontecimiento en la vida que nos haga preguntarnos si nuestras vidas serían diferentes si tal o cual hubiera pasado.

Tengo mi mente llena de esos no momentos, de fragmentos no vividos de mi vida. No-recuerdos que me persiguen como muertos vivientes.

Cuando escribo cometo el mayor de los errores y es esperar que lo que escribo cambiará el mundo, cambiará el mundo de alguien o al menos cambiará el mío. Cuando escribo creo que las palabras que elijo para comunicar mi mundo son las adecuadas. Cuando escribo me falta precisión. Cuando escribo termino diciendo cosas diferentes a lo que quería escribir en un principio. Cuando escribo me siento la persona más indefensa y vulnerable de todas. Cuando escribo me siento poderoso e invencible. Cuando escribo soy yo con el mundo. Cuando escribo no tengo idea de lo que estoy haciendo.

El problema viene cuando leo lo que escribo y cuando decido que lo escrito no debe formar parte del mundo.

En algún momento creí que estaba listo, que debía mostrar mi alma, ya que es única y preciada, como la de todos pues. Me encontré con un mundo atroz. Espantado, lleno de resentimiento y coraje, dejé de mostrar lo que escribía, pero no dejé de escribir. Hice el hábito de escribir todos los días, algo, lo que fuera. Casi todo lo que he escrito no sirve de mucho, más que para darme un poco de cordura y paciencia. Una suerte de terapia.

El otro gran problema que tengo cuando escribo es que quiero lograr lo que otros que admiro han logrado en mí: quiero lograr hacer sentir lo que Bradbury me hizo sentir en una escena del Vino del Estío, o Dylan Thomas con sus poemas, lo que Gaiman en la escena del Infierno en «Sandman», lo que Cortázar cuando descubrí los «Cronopios» y «Rayuela»; cuando Goldman describe el amor verdadero en «La Princesa Prometida»; lo aprendido de Billy Wilder en sus películas y muchos, afortunadamente para mí, muchos más. Pensar así pone los parámetros muy altos, casi imposibles de alcanzar, y es muy fácil desmotivarse porque es evidente que no lo he logrado, y es muy probable que nunca lo consiga.

También he aprendido que no es bueno compararse, si uno se compara con los héroes es muy natural sentirse agobiado e insuficiente, como también es muy natural sentir, si uno se compara con autores no tan buenos que al parecer han andado más este camino, enojo y desprecio suficiente como para hacer de este planeta un gran receptáculo de mierda.

Al casi terminar la carrera tuve un encuentro algo fuerte con un profesor, yo iba a hacer mi tesis sobre algo de improvisación y jazz, una cosa que seguramente no hubiera terminado. Estaba en un seminario de tesis, y justo antes de presentar el trabajo final decidí cambiar de opinión, la que posteriormente fue mi directora de tesis me había seducido y terminé haciendo una tesis de la cual estoy muy orgulloso. El momento de anunciar mi cambio al profesor fue ríspido por decir lo menos. No recuerdo exactamente cuál fue la discusión pero recuerdo que al final pensé para mis adentros: «voy a leer los libros que me hagan más fuerte.» Y desde entonces he tratado de seguir esa conclusión. Algunos años mejor que otros.

Cuando escribo me desvío de la idea central. He pasado por muchas etapas en esto, ninguna me ha llevado a terminar un libro, pero bueno. El descubrimiento, el asombro, la negación, el desprecio, el asombro de nuevo, la negación, la evasión, el enojo, el asombro otra vez. En tantos años una cosa me ha quedado clara, no puedo dejar de hacerlo. Más allá del talento, del éxito o del futuro es algo de lo que tengo que hacerme responsable. En un día normal creo que pienso más en escribir, en la idea de escribir, que en otra cosa. Algo estoy haciendo mal si escribo menos de lo que pienso en escribir. No es algo que se quite con el tiempo, ni con la edad. Se puede ignorar y lo que termina pasando es que la gente se amarga, se vuelve agria.

Yo no quiero llegar a cierta edad con ojos que malmiran todo, reflejando la molestia de saber que no estoy haciendo lo que siempre he querido, con cierta resignación y con mucho enojo. Digo si llegué a los 31 con pelo y sin panza, creo que es algo que se puede hacer.

Esto lo escribí ayer, que resultó ser el día internacional del hombre. Yo ni sabía, así que ahí va el post no conmemorativo.

Ayer vi un documental que se llama Mansome (Spurlock, 2012). De una manera amena y tal vez un poco superficial trata de resolver una sencilla pregunta: ¿qué es ser hombre? Entrevistan a diversas personalidades que pueden usar o no usar barba y algunas mujeres que pueden o no ser famosas; dan sus opiniones respecto a la apariencia masculina: barba, bigote, vello por mencionar algunas. En las entrevistas se dicen cosas importantes, pero creo que se quedan cortos; ese no es necesariamente un problema del documental, logran dar su punto y funciona.

Me alegró mucho encontrar una película sobre el tema. Estoy convencido que el concepto de masculinidad está en crisis o al menos es demasiado amplio como para poder resolverlo de una forma sencilla. No voy a culpar a la revolución femenina, ni a las mujeres, ni al sistema (bueno sí un poco). Básicamente creo que parte del problema es que los roles se han hecho muy difusos, hay cosas que al parecer sólo pueden hacer las mujeres (como tener hijos), pero no puedo pensar en algo que «de hombres» que las mujeres no puedan hacer (se me ocurren cosas de fortaleza física, pero aún así pueden ser fuertes y abrir la mayonesa, arreglar aparatos, cambiar llantas, matar osos). Creo que lo poco que nos queda es la figura de protección y seguridad de la que tanto me han hablado y que tanto dicen que les gusta, pero no estoy seguro. Ellas se protegen y se cuidan bien, y es justo cuando se lían con hombres que no les dan esas cosas cuando más dicen que las quieren. A riesgo de estar dejando de lado una inmensidad de factores cierro este párrafo.

Un hombre puede ser: seguridad, sabiduría, fuerza, arreglo personal, líder, sensible, estoico, descuidado, peludo, lampiño, brillante, estúpido, poeta, insensible… Esto lo escribí como asociación libre y me salieron palabras con significados opuestos. No creo que sea casualidad.

La pregunta «¿qué es ser hombre?» no es algo trivial, creo que se tiene que contestar cada día de la vida. Implica saber qué tipo de hombre quiero ser, qué hace ese tipo de hombre y sentirme orgulloso con las respuestas que me doy cada día. Tristemente, muy pocos días me doy una respuesta remotamente satisfactoria. No conozco las opiniones de otros hombres al respecto, creo que no hablamos mucho de ello.

Estas respuestas por supuesto que tienen que ver con las mujeres y lo que ellas dicen querer de un hombre. Durante el último año y medio traté de resolver este tema de muchas maneras distintas. Un buen día me harté y dije: «esto es lo que hay, si les gusta que bueno, si no… pues ya saben». Las cosas han mejorado desde entonces.

Al parecer tener dudas y ser «inseguro» es la peor imagen que un hombre puede dar. Si eso es verdad está muy jodido el concepto de seguridad y de certeza… Estoy seguro que todos estamos al borde del abismo, por qué un hombre tendría que aparentar que tiene todo bajo control y por qué uno tendría que darle esa sensación a una mujer.

Desconozco como sea con las mujeres, no sé si tengan dudas de este tipo o sean más de tipo «liberador, rompe las cadenas impuestas por los hombres» o «mi profesión contra mi feminidad». El problema de estos temas es que es muy sencillo caer en el lugar común y en la explicación de asuntos con anécdotas. No estoy en contra de las anécdotas, pero no funcionan para explicar dudas existenciales.

Al empezar a escribir sobre este tema me encontré que había escrito algo sobre mi barba, nunca lo publiqué, y que aquí comparto:

«Amo mi barba, todos los que me conocen lo saben. La he portado con orgullo y dedicación durante los últimos 8, tal vez 9 años. No puedo decir que no me la haya rasurado nunca, ni que haya sido una relación sencilla. Muchas veces duele, hay una longitud precisa que es muy molesta, los vellos del bigote se meten en la boca y sobretodo tengo unos remolinos tan indomables como la Tormenta Perfecta. Aún así la amo.

Tal vez no lo sepan, pero la barba para los hombres, o al menos para mí, es un tema muy importante. No sólo es tenerla, es hacer una declaración. Hace aproximadamente 10 años había dicho que me iba a dejar la barba cuando hiciera algo importante. Creo que fue entonces que me publicaron un cuentito en una revista del ITAM, y eso fue suficiente para mí. También influyó que así le gustaba a la novia de ese entonces.

Generalmente me rasuro completamente dos o tres veces al año y eso era porque llega un momento en el que es imposible darle forma, me la tuso tanto que lo mejor es cortar de raíz. A la dos semanas estaba de vuelta y todo estaba bien.

Hace un año corté con mi última novia y decidí que como parte del luto me rasuraría completamente. Y así aguanté un mes o tal vez dos. Luego me la volvía rasurar como parte de un pacto de amistad, fue la primera vez que me rasuraba con navaja, y fue un fracaso, sin embargo lo volvería a hacer.

Arreglarme la barba me toma al rededor de 40 minutos, y fue hasta hace poco que encontré el procedimiento perfecto para darle forma. Y me queda realmente bien. (No estaría mal comprarme uno de esos paquetes de tijeritas y cosas para arreglarla).

Espero con ansiedad las vacaciones de diciembre para poder traer con orgullo una barba de leñador, la cual me protegía del frío y me hace ver, pues, como un leñador.

Luego entré en una especie de crisis. Una crisis vocacional y afectiva y pensé, no he vuelto a hacer algo que merezca que tenga barba (and for the ladies). Así que hace como tres semanas decidí cortarla. Ahora está en proceso complicado, están saliendo canas, y algunas no se ven tan bien, parecen pedazos de estropajo, así que lo mejor es no tenerla pronto. Lograr algo digno de un hombre y tal vez dejarla crecer de nuevo. Al menos para fin de año y tener mi amada barba de leñador.» (Es fin de año y me estoy dejando mi amada barba de leñador).

Resolver la pregunta «¿qué es ser hombre?» es tan relevante que desde el psiconálisis se dice que no resolverla lleva a la neurosis, además de toda la literatura sobre género e infinidad de sitios que tratan de resolver este tema.

Me llama la atención que la discusión comience con la apariencia y las cosas que uno tiene que hacer (con el correspondiente riesgo de caer en estereotipos), o los tips para ligar, o las guías para hacer cosas uno mismo; o saber comer, beber, preparar cosas, estar enterado de la actualidad del mundo. ¿Hacerse o no hacerse manicura? ¿Depilarse o no depilarse? ¿Abrir o no abrir la puerta del coche? ¿Ser arrogante? ¿Ser patán o ser amable? No tengo la más mínima idea. Si se trata del amor, pues llega, no importa importa lo que hagas o lo que pretendas.

En el documental concluyen que la respuesta es hacerse cargo de uno mismo y hacerse responsable de las consecuencias… Eso también lo hacen las mujeres.

Me parece que tal vez la respuesta esté en la mitología y en las historias que contamos, además de en las películas y en la literatura. Incluso la porquería más apestosa nos puede dar una idea. ¿Qué tipo de hombre nos gustaría ser? Un vampiro que brilla o un Don Harper, un Spiderman como el de Sam Raimi o como el de Webb, un Batman como los de Schumacher o como el de Nolan. Un Conde de Montecristo tal vez.

Wait and hope.

A mí es que en realidad las otras personas me dan igual, de ellas a mí me interesan las cosas que puedan crear, las cosas que puedan enseñarme; no me importan sus chismes, ni sus opiniones, ni sus magníficas historias de amor, ni sus peleas… Lo siento, me parecen completamente aburridas y sin sentido, tal y como las mías me parecen insufribles. Con esto no quiero decir que lo mío sea lo más importante o lo más interesante, al contrario creo que llevo una vida todavía más aburrida que la de todos ellos; es sólo que creo que yo sí lo sé y vivo con ello cada día. No me gustan las grandes aventuras, ni salir al campo, ni la vida nocturna, ni las fiestas, ni el baile. Encuentro lo que necesito en otras partes: en los libros. en la música, en el cine, en las pinturas, los dibujos, los patrones en la naturaleza, los matices, los sonidos extraños, en observar a los animales, en preguntarme sobre la condición humana, en no entender a las personas, en las computadoras (a veces), en las mujeres (aunque me pierda por completo y entienda menos), en el paso del tiempo, en la luz, en los claro oscuros, en las fotos de las galaxias, en pensar que en este momento hay un robot en Marte (MARTE, MALDITA SEA), en estar definiendo mi personalidad, mis deseos y mis proyectos, en no tener proyectos… A veces en cambiarme de casa, en cambiar de auto, en cambiar de teléfono, en mi sueños (de esos que uno sueña, no de esos que uno anhela), en las reglas ortográficas, en escribir, en pintar, dibujar, hasta en el trabajo algunas veces.

Hay días como hoy en los que creo que mi padre tiene un punto, entiendo porque su aislamiento (a pesar de dar clases y que eso implica enseñar y preparar a las personas que tienen la suerte de estar con él), de mantenerse encerrado en su mundo de novelas negras, de jazz y cine. A veces, en días como hoy entiendo que tal vez ser tan diferente (porque puede que sí lo sea) significa no entender nada, no sentirse parte de algo y que uno debe ser capaz de llenar esos huecos con las cosas que le gustan, con las cosas en las que cree, y con la capacidad de no sentirse solo, ni sentirse menos por no ser como se espera. El lunes soñé que una persona preguntaba a un grupo si se consideraban neutros, yo levantaba la mano como la mayoría de las personas que estaban en mi sueño, «bonita forma de ser diferente» me decía.

Hoy pensé que si la gente espera que sea una especie de Ogro para demostrar lo  que ellos esperan que es ser fuerte o ser firme, mucho me temo que no lo encontrarán en mí; creo que mi fortaleza se encuentra en otra parte, como en la posibilidad de escribir esto, de cuestionar si lo que ellos dicen es cierto, en ser amable, en tratar de ser sensato, en tratar  de no dejarme llevar por rumores ni por habladurías y sobretodo por siempre tener la claridad de no convertirme en todo aquello que desprecio.

Si en el tránsito un imbécil decide no dejarme pasar aun cuando ponga la direccional, yo dejaré pasar al que me pida el paso… Supongo que si las malas costumbres se reproducen como enfermedades, las buenas deben hacer algo parecido, como las medicinas en el cuerpo (aunque no sé nade de medicinas).

Otra fortaleza, supongo, debe ser que en realidad sí me preocupo por las personas, por el daño que puedo hacerles, por mis palabras, por quererlas proteger, por no hacerles lo que no me gusta que me hagan, aunque la mayoría de las veces dé a entender lo contrario y me preocupe aún más por no entender qué es lo que estoy haciendo mal.

Hace no mucho tiempo me di cuenta que nunca iba a entender, y pensé que nadie iba a entender. Seguro por eso estudié Psicología, para entender a la gente, y no entendí nada. Sólo puedo dar largas explicaciones circulares, pero nada concluyente. Desde la carrera me di cuenta que el arte explicaba mejor a las personas, o la literatura o la filosofía. La Psicología no. Aún sigo creyéndolo, y conforme me acerco a los 30 me doy cuenta que menos entiendo.

A veces he pensando que estoy cerca de hacer el insight, hasta he hecho cosas que indicarían que he entendido algo, que al fin aprendí. No, no aprendí… sólo hago mejor mis errores.
Con motivo de que creí haber entendido algo y en realidad no entendí nada y que faltan no tan pocos días para mis 30, presento una lista de las cosas que no entiendo:
1. No entiendo a las mujeres: son adorables, encantadoras, me vuelven loco (en todos los sentidos posibles). No podría vivir sin ellas, pero al parecer tampoco puedo vivir con ellas. He tratado de explicar  mis «fracasos amorosos» desde muchos puntos de partida, creo que sólo me falta la lucha de clases. He pasado por todas mis fallas, limitaciones y malos ratos; he pasado por sus fallas, sus limitaciones y sus malos ratos; he pasado por el destino; por el timing; por la edad; por la religión; por la política; por la academia; por el arte; la distancia; la tecnología; el lenguaje; los buenos modales; la revolución femenina; por pensar demasiado las cosas; por pensarlas poco; por la intensidad; por la falta de intensidad; por los chismes; por el primer amor; por el amor de mi vida; por el amor de otras vidas; por lo que no fue en mi año; por lo que dejó de ser mi año; porque escribo; porque les regalo cosas; porque no les gustan; porque les gustan; porque soy aburrido; porque son aburridas; porque puedo ser demasiado bueno; porque puedo ser un depredador sexual; porque leo; por lo que leo; porque hablo poco; porque no defiendo lo que creo; porque terqueo; porque miro a otras; porque otras me miran; porque beso bien; porque beso mal; por incompatibilidad de caracteres; por ser demasiado similares; por no haber dicho las palabras adecuadas a tiempo; por decir las palabras adecuadas fuera de tiempo; por no decir palabra alguna; por Dios; por el diablo; por la música; por la trova; por el jazz; por el mar; por los viajes; porque no me corto las uñas de los pies con mucha frecuencia; porque soy distraído; porque soy muy enamoradizo; porque se me pasa muy pronto; porque no sé poner límites; porque soy muy estricto; porque están locas; porque no están locas; porque me gustan; porque no me gustan; porque les gusto; porque no les gusto; por inventarme miles de historias en la cabeza y no ser capaz de escribirlas; por la lucha de clases. No, no entiendo bien por qué me importa tanto esto.
2. No entiendo el poder: creo que lo entiendo un poco mejor que a las mujeres, pero aún así me parece que como especie estamos muy lejos de superar nuestra esencia biológica. Lo cual está bien, supongo. Pero en el siglo XXI no puedo entender que la gente sea grosera, territorial, envidiosa, chismosa. Parto de la idea que si quiero todo eso, lo puedo encontrar en buen libro, la gente, en la vida real tiende a ser muy aburrida. Que alguien le interese lo que hago me parece incomprensible, cualquier línea del peor cuento de cualquier buen escritor es más interesante que cinco meses de mi vida.
3. No entiendo el mal gusto, mejor dicho no entiendo la indiferencia al gozo: no voy a definir que es buen gusto y mal gusto, pero hay cosas que son universalmente bellas, cómo es que a la gente no pueda conmoverse con ellas. No solo el arte, ver un atardecer, un patrón en la pared, una hoja, un acto de bondad, una frase, cualquier cosa. ¿Cómo pueden pasar así por este mundo? Tal vez sólo no les importe lo mismo a que a mí, lo cual me hace suponer que sí sienten esas cosas.
4. No entiendo el temor a la tecnología: o sea sí, las guerras y las armas, y los hackers, pero es increíble lo que uno puede hacer hoy en día con su teléfono.  ¿Qué más se puede pedir?
5. No entiendo a mis padres: es muy difícil. Mi padre está cerca de lo que se considera un genio, y yo pues no tanto. Chocamos mucho, creo que le salí más sensible de lo que esperaba y él, creo que también. Mi madre es una contradicción entre una madre liberal y una madre conservadora. Siempre ha sido muy confuso.
6. No entiendo el dating ni el ser patán ni el hacerse del rogar ni ninguna de esas mamadas
7. No entiendo por qué trabajamos: ya sé, es una pregunta de niño de 8 años.
8. No entiendo los karaokes: me parecen el peor lugar al podría ir, y he ido a lugares feos. La idea de ver a una mujer tomada cantar mal una canción que no me gusta no es parte de mi definición de diversión, y tampoco cantar.
En una de esas hago posts así más seguido. La pasé bien escribiendo este.

I’ve spent all my life trying to solve the greatest mystery of all: myself. Sometimes it’s such a waste.

Algunas veces sólo quiero mandar todo al demonio; escribir mis letras, desbordar mi alma; llorar todo lo que pueda; explotar como una gran estrella que destruye todo a su alrededor dejando como testigo un paisaje indiscutiblemente hermoso. Eso es lo que quiero algunas veces.